Hablar de exilio colombiano no es solo referirse a personas que salieron del país huyendo de la violencia. Es también reconocer que muchas de esas salidas fueron provocadas por decisiones políticas deliberadas para silenciar a ciertos sectores sociales y políticos. En lugar de verlo como una consecuencia inevitable del conflicto armado, algunos investigadores, como Martínez-Leguízamo (2022), lo interpretan como una forma más de violencia organizada por el Estado (p. 120).
Este tipo de lectura permite entender mejor por qué es importante hablar del exilio como una categoría política. No se trata simplemente de una migración más. En muchos casos, se trata de expulsiones planificadas contra líderes sociales, defensores de derechos humanos o miembros de movimientos políticos que incomodaban al poder. Así, el exilio se convierte en una estrategia para excluir del escenario político a quienes representan una amenaza para las élites dominantes.
En este sentido, el “territorio 11”, como lo llamó simbólicamente la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad al referirse al exilio, pone sobre la mesa que también desde fuera del país se ha vivido el conflicto. Personas que viven en países como España, Suiza, Canadá o Argentina han sido parte de esta historia de violencia, aunque durante mucho tiempo sus voces no fueron tenidas en cuenta (Ortiz et al., 2020, p. 82).
Por eso, politizar el exilio significa reconocerlo como una forma concreta de victimización. Implica también incluir a estas personas en los procesos de verdad y justicia, entender cómo fueron afectadas y qué papel pueden jugar en la reconstrucción de una memoria colectiva que sea más justa, plural y completa.
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